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viernes, 29 de octubre de 2010

Lucas Guillermo Castillo Lara recorre el Sur de Aragua






Los hombres y sus muros


Un paseo por esta región de Aragua, dejado entre párrafos por uno de los cronistas más prolíficos de Venezuela. Un paseo para no dejar de lado aquel trozo inmenso de tierra que también es llano, voces y costumbres de estos valles de comarcas visibles


Anda por ahí Lucas Guillermo Lara, desanda el polvo del Sur de Aragua. Recorre ensimismado cada pueblo, cada rincón, cada estancia, cada silencio venido de su cercano río Caramacate. Y se queda en el amplio paisaje que lo vio nacer y del cual dice y sigue diciendo. En Los hombres y sus muros (Editores Impresores Grafiunica, Fondo Gráfico Universitas, Caracas 1971), con el que recorrió el país, se detiene y escribe calmosa y poéticamente cada instante, cada accidente geográfico cada hombre y cada mujer que transita y logra describir su propio entorno.

SAN SEBASTIÁN DE LOS REYES

Quien lo lee comenta con los ojos cerrados: “¡Caramacate! Río de sangre blanca, en la cuenca de sus venas. Por allá desagua el pueblo sus ansias de caminar, mirando caminar el agua. Por el Guárico abajo viene el valle deslizándose con el río”.

Entonces el cronista se moja los pies desnudos en la corriente desbocada del invierno. Pronuncia los nombres que lo rodean: “Totumo y Paso del Medio, Guárico y El Carmen, Guayabal y El Recreo, Florida y Pan de Azúcar. Antes fueron dulces cañamelares y olorosos trapiches. Papelones y alfondoques. Guarapo fresco en tachos vertidores. Hoy señorea el tabaco y el ganado. Pero las vegas, hoy como ayer, siempre se visten de verde”.

Y la clorofila se detiene en cada mogote, en cada verbo que conjuga este aragüeño permanente. Así, entra al viejo caserío tomado del tiempo: “Era el año 1584. El 6 de enero, Día de los Reyes Magos. El pueblo nació allí, con el nombre de su fundador y el recuerdo de la fecha”. También recuerda nombras y apellidos, casas y calles. Toma aliento: “La Calle Real, hoy Bolívar, arranca de la casa de los Lara. En la esquina de enfrente vivió por mucho tiempo Juan Coriano. Hacia abajo, hacia el Sur, el camino del Guárico y las sabanas del Cementerio. Puertas de soledad para guardar la muerte. Siembra de cruces sobre al tierra fiel”. Recorre la plaza Ustáriz, la Iglesia de la Caridad, Mata de Bejuco, la casa de Trinita Lara de Escobar, madre de quien fuera el gran pedagogo Rafael Alberto Escobar Lara, epónimo del Pedagógico de Maracay. No deja de nombrar el Calvario y se deja llevar por la nostalgia.

PARDILLAL

Dos caminos, dos chorreras de polvo. Uno -como dice el cronista- que viene de san Sebastián y el otro que lo hace de San Casimiro. Después nos aclara limpiamente: “Pero este camino empatado no iba a Barbacoas, apenas orillaba Camatagua y Taguay, su destino era Altagracia de Orituco. Para ir a Barbacoas debía darse un largo rodeo por San Juan y El Sombrero, salvo en el verano que podía transitarse por la sabana”.

CAMATAGUA



Otro río, el mismo, porque como dice Manrique todo van a dar a la mar: “Al fin, entre polvo, sol y calor se llegaba a Camatagua. Al lado derecho las vega se inclinanal rìo, que corre por un costado lejano (…) El pueblo era también casi ruina. En las calles empedradas se alzaban pocas casas intactas”.

La mirara de Lucas Guillermo castillo se estaciona. Retrata con exactitud cada metro que los ojos le permiten revelar.

“Más allá una plaza. Sitios arrasados de casas, como si un bombardeo las hubiera destruido. En la calle al lado de la Iglesia vivió Don Nicolás López, el padre del buen amigo Rafael López, quien después fuera sancasimireño por cariño y ahora caraqueño”. Cuenta, relata, dibuja cada rostro, cada hombre bajo la sombra de los techos y al amparo de paredes y viejos muros.

CARMEN DE CURA Y NARE


Sigue el viaje. La carretera parece no terminar nunca. Sigue el curso del río, “escondido entre la sabana montuosa”. Así pasa por la fincas de pertenecían a Rafael Vargas. El río Cura despierta a la vuelta del camino. Carmen de Cura aparece donde quedan casas aún en pie, deshabitadas. Al salir de Carmen de Cura, Nare, que un día fuera predios de Fernando Cerezo y luego de Juan Antonio Rodríguez. Animales y espíritus errabundos que flotaban sobre el río Taguay, asombrados por la soledad reinante.

BARBACOAS

Sabana, pura sabana. Barbacoas, pueblo de misión que fuera. Un poco antes, el cronista afirmó con fuerza “En Guanayén se topa con la nueva y asfaltada carretera que viene de Camatagua y lleva a Barbacoas (…) Tuvo bastante importancia en la época colonial. En 1771 tenía 1114 habitantes y en 1810 había alcanzado 2716. Desde el principio fue un pueblo esencialmente llanero (…) era sabana por todas partes, menos por el Oeste que daba al río”. El río, siempre el río, que no era el mismo pero sí lo era porque sus moradores así lo sentían en sus aguas. Igual nombres y calles, oficios y recuerdos. Entre ellos, José Rafael Núñez, Froilán Páez, María Bencomo, María Arcella. Mirta y los hijos.

Una lectura de carrerita, para recordar a Lucas Guillermo Lara y provocar en sus paisanos el regreso a sus páginas. Un buen rato en el Sur de Aragua. Un buen paseo por algunas líneas.

Alberto Hernández

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